Hasta hace poco, los drones o vehículos aéreos no tripulados (VANT o UAV, por sus siglas inglesas) eran reconocidos sobre todo por sus aplicaciones militares, y a pequeña escala, como juguetes para niños. Ahora, a través de nuevas tecnologías, se emplean en áreas como la agricultura, la inspección industrial, la cartografía y la búsqueda y rescate. Esto está propiciando un fuerte crecimiento del segmento de los drones comerciales.

Muchos drones llevan sensores infrarrojos que les permiten «ver» calor a grandes distancias, una tecnología que podría permitir a equipos de primera intervención y rescate trabajar de forma más rápida y eficiente. Equipados con nuevos sensores de este tipo, los VANT también pueden cruzar cadenas sectoriales, con aplicaciones en casi todas las industrias. Las compañías de energía los emplean para inspeccionar oleoductos y parques solares para evitar fugas y potenciar su eficiencia, mientras que las empresas de transporte e infraestructura pueden examinar su infraestructura existente con objeto de mejorar la seguridad. Al mismo tiempo, las aplicaciones agrícolas y mineras pueden potenciar la rentabilidad y reducir costes con mejores técnicas de mapeo.

Los crecientes niveles de sofisticación y de aplicación de drones esbozan un excitante potencial tanto para las empresas como para los inversores versados en tecnología. También se están desarrollando drones autónomos, capaces de operar de forma independiente, que podrían ser una realidad en los próximos tres a cinco años. Los VANT ofrecen potencial de elevar la productividad a través de mayores niveles de eficiencia y utilización de recursos, así como menores costes. Asimismo, podrían reducir los accidentes medioambientales al identificar riesgos inminentes. En el caso de los drones, el cielo podría ser verdaderamente el único límite.

Robert Zeuthen – Analista senior de renta variable en el equipo Small Cap Growth de Mellon